Se había hundido en el pozo de las miserias con sólo un comentario, y ahí estaba, sola y perdida.
Casi parecía caida del cielo, de otro mundo, en la cama, como un muñeco roto que se deja preparado para arreglar, pero tan sólo coge polvo y se oxida.
No era más que el pensamiento de un tiempo perdido, un tiempo malgastado en llantos que al final brotaban de un manantial conjunto de todos y cada uno de los pesares que hubo tenido, tuvo y tendría. Un manantial que brotaba dentro de ella, abastecido por cada palabra necia de promesas tan vacías como la verdad que tanto ansiaba hallar.
¿Qué verdad? Si no queda en el mundo verdad absoluta más allá de la muerte, y aun esta se la cura y embauca para alargar la penosa vida del enfermo, del drogado.
Sí, ojalá la dulzura volviese a ella, ojalá no hubiese más que manantiales de pura y fina agua cristalina que bañase y limpiase su alma, pero ahí se encontraba, frente al agua enturbiada y oscurecida, recorriendo con su mente las palabras que una vez hubo escuchado y que había ahogado en las aguas.
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