Que me quemo a palabras
Que huelo mi propio miedo
En las esquinas, allí que me escondo.
Yo que no poseo nada mas que la palabra
Y la mano.
Que me gusta amar las almas,
eternas, o mínimas.
Y me gusta aún más arrodillarme a que me amen
A mi, que necesito amor de mis ilusiones
Y que moriré en un mar de lágrimas
No hay botella que me salve
Ni eternidad en la que llegue a perderme.
Y yo que soy fuerte por mis labios ensangrentados,
Que me gusta mirar mi tez pálida
Y pensar que mañana el sol quemará el crudo
Para ser tan bella que ni yo quiera mirarme.
Y que al despertar algún día yo no sea yo,
Ni yo, ni nadie, aun sin conocer, más inimaginable.
O quizá sea tan sólo el sueño de lo latente,
Quizá sólo quiero que me besen las heridas,
Y que queme.
Que embriague el alcohol de tu voz, del mismo modo que cura.
Aunque duela.
Aunque mate.
¿Qué es la vida de una niña si no muere en los besos de un alguien que no la ama tanto como ella ama la vida?
Pero paradojas,
Como a todos,
Nos gustan en otoño,
En el frío,
Cuando ya no queden más hojas,
En los árboles de mi mente,
En mis páginas.
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