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miércoles, 20 de diciembre de 2017

Tierra Madre

Hay algo que no se olvida y ese algo es el olor conocido, un lugar o una persona a la que lo asocias.

Más que olor, es una serie de sensaciones que acaban concluyendo en la descripción exacta de un instante, el instante en el que te sitúas y te sumerges, y acabas por sentir casi el momento de nuevo.


El olor a lluvia, a frío y a leña quemándose me recordaba a la infancia. 

Me recordaba a un invierno felíz y atemporal.

Me recordaba a familia y a seguridad.

Todo aquel que ha tenido un lugar de escape de la bulliciosa ciudad conoce el sentimiento de paz que alejarse de ella puede acarrear.

Si, siempre amé mi preciosa ciudad, pero apreciaré siempre haber vivido ambos mundos, el campo y el asfalto.

Yo soy esa mezcla y gracias a ella me defiendo en ambos con las armas que no tendría sin haber conocido el otro mundo paralelo.


Esa sensación me lleva a estar mirando al fuego en el bar del pueblo, mientras que se que fuera todos los peligros acechan, mientras veo caer la lluvia, yo me siento a salvo.

Escuchar a mi padre y sus compañeros y amistades hablar de las mismas batallitas de siempre, notar la mano de mi madre acariciar mi espalda mientras que echada encima de la mesa, apoyando la cabeza en mis brazos cruzados, clavo la mirada en el fuego, que poco a poco arde, que poco a poco se nubla, y me quedo en una sensación de duermevela.


Me recuerda a leer en el sillón un libro mientras bebo un Colacao, mirando como anochece pronto en la fría tarde de noviembre, como mi padre lee y lee siempre ávido de una colección de sabiduría que almacena como un tesoro en su mente. Le miro ojear una revista de Investigación y Ciencia, o el Economist, y sin entender por qué, estoy en casa.


Me abraza el frío de un recuerdo, caminar por la montaña entre hojas caídas y ramas que crujen allí donde piso.

Mirar los colores rojizos, verde, amarillo y cobrizo.

Sentirme como una aventurera descubriendo caminos, pisar dos piedras seguidas e inventar las escaleras que me llevan al lugar del que tanto he leído.

Jugar con Fer a correr más lejos, a tirarnos piñas y a escondernos.

A caminar entre charcos y las primeras nieves, algo de hielo en la cima, y el aire. 

El aire es puro y curativo, tiene ese olor a frío.

Y ver anochecer y en el horizonte luces doradas, rojas, rosas y anaranjadas.

Ver las nubes altas alejarse en la distancia.

Entre montañas clarea la noche, que de estrellas se plaga.

Mirar al cielo y ver un mundo nuevo,

Desear saltar y alzar el vuelo.


Es bello por mis recuerdos, es bello por ser parte de mi, por ser en lo que creo.


Hay veces que las luces del norte me salvan

Del gris asfalto que me absorbe. 


Toda mujer y todo hombre

Necesita un lugar donde sentirse unido

A la tierra madre.

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